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ASÍ COBRABA MI GENERAL

Foto del escritor: Carlos Mendez VillaCarlos Mendez Villa

Actualizado: 22 mar 2019

Desde el jueves de cada semana, empezaban a llegar los carros tirados por mulas y cargados de toda clase de mercancías, arribaban de los pueblos circunvecinos, Chihuahua, Meoqui, Aldama, etc., para poner sus “tendidos donde se expendía toda clase de cosas habidas y por haber, tales como maíz, frijol, manteca, chicharrones, mezquitamal, ropa, calzado, joyería, fotografía y otros. El seco arroyo que cruzaba el viejo mineral de Santa Eulalia cobraba un aspecto de feria, mismo que duraba hasta el siguiente lunes en que se volvían a sus lugares de origen; sólo uno de los tendidos era fijo, pues permanecía precisamente donde se juntaban los dos arroyos, o sea “el del panteón” y el principal del pueblo, dicho establecimiento era atendido por Manuel Castillo, un tipo alto, prieto, flaco, vestido con pantalón y saco de mezclilla, cubriéndole su cabeza un huichol amarillento por efectos del sol y de la lluvia. Nadie se daba cuenta que al caer la noche aquel hombre tapaba su mercancía con sus costales y una lona, y que subía una cuadra más hasta llegar a un callejón donde atado a un poste estaba un caballo negro.

Bajó la noche, el frio calaba hasta los huesos; Castillo echó mano a la bolsa trasera de su pantalón y sacó una ánfora y bebió un gran trago de sotol; después chasqueo la lengua y se saboreó, frotándose las manos con fuerza para entrar en calor. De pronto notó que se aproximaban dos caballos al galope, tirado de un carruaje por la calle principal. Se estacionó frente al callejón y descendió un hombre; Castillo saltó al caballo rápido, y a toda carrera se perdió rumbo a San Antonio el Grande.

Antonio Cabello, era un rico comerciante y agente del general Francisco Villa en el mineral de Santa Eulalia; con las remezas de dinero que el general Villa le mandaba y lo que él recaudaba en la compañías y con los comerciantes se destinaban para sostener la Revolución y surtir a las tropas de armas y parque. En el último viaje que Cabello hizo a El Paso Texas en el tren escuchó los comentarios que el general Villa andaba derrotado y que era muy difícil que se volviera a enderezar; por lo que a raíz de dichos comentarios nació en él la idea de desligarse de este movimiento y a la vez quedarse en esa ciudad con el dinero que llevaba; pensándolo y haciéndolo se quedó a vivir en El Paso Texas, pero un día le llegó la noticia de que Tomasita, su esposa se encontraba muy grave, cosa que obligó a Antonio a regresar a Santa Eulalia, llegado que hubo el tren a Chihuahua, con todo sigilo, Antonio contrató un coche tirado por dos caballos para que de prisa se trasladara a su casa; llegando a ella a las doce de la noche.

Los mineros que salían del turno de segunda, y que se dirigían a Santa Eulalia,



por las diferentes veredas con las lámparas de carburo encendidas, daban a los altos y pelones cerros el aspecto de un bordado de luciérnagas con su centellante luz. Junto a un grupo de estos mineros de repente y sin esperarlo apareció un jinete cuyo negro caballo pasó en fuerza de carrera arrojando un chorro de vapor por la nariz y arrancando chispas de luz a la pétrea vereda con sus herraduras, semejando esté una visión fantasmagórica que ayudó mucho a la imaginación de los mineros a crear un nuevo personaje en sus ya múltiples cuentos o leyendas. El jinete que raudo cruzaba, se perdió en su lejanía rumbo a San Antonio El Grande. El Centinela que se encontraba a la entrada del Pueblo de San Diego de Alcalá, vio por el inmenso llano cubierto por tenue velo de nieve parecía un jinete que a mata caballo se acercaba a él; cuando estuvo cerca le marcó el quien vive, el jinete dio el santo y seña y siguió su carrera; al entrar al pueblo se dirigió a la casa de Juan Ramírez; quien era otro de los enlaces del general Francisco Villa y en cuyo domicilio pasaba largas temporadas mi General; llegado que hubo a la puerta de esta casa, otro centinela le marcó el alto; cuando el jinete se identificó lo hizo pasar y enseguida se notó el movimiento inusitado; por la puerta de caballerizas apareció un grupo de treinta hombres montados, a la cabeza de los mismos el General Francisco Villa.

Al internarse por los profundos cañones de la quebrada Sierra de San Antonio el Grande, aquel grupo que marchaba en fila parecía un conjunto de sombras chinescas perfiladas en las lisas paredes de los acantilados; la marcha se hacía más difícil por la nieve que seguía cayendo; la columna avanzaba interrumpiendo el pesado silencio, al escucharse sólo el estornudo característico de los caballos. Al llegar frente a las minas de Galdeano, el General Villa detuvo la marcha, ordenando al Capitán Castro, que con la mitad de la gente se dirigiera a Santo Domingo y le trajera al gerente de la compañía, quedando ambos de encontrarse al regreso en el mismo lugar; el General Villa al frente de la mitad del grupo llegó a la casa de Antonio Cabello, acercó su caballo y tocó a la puerta; ésta se abrió y, Antonio, impulsado por el destino que ya le había marcado su fin apareció en ella; el General le dijo: “como se tardo compadre”; dos hombres que a pié a tierra se encontraban a los lados de la entrada, le tomaron por los brazos y se inició la marcha, al llegar al Castillo Doble que sostenía el cable de las canastillas frente a la mina Inglaterra, los dos grupos se encontraron; uno de los hombres echó la soga al cuello de Antonio Cabello y otro de ellos a caballo tiró de ella, quedando el cuerpo de Antonio meciéndose como un macabro péndulo; el General dirigiéndose a él le dijo: “Las cuentas están saldadas compadre” y se retiro; el jefe del otro grupo le dijo al gerente del Potosí. “como la vez güero cooperas a la causa,” a lo cual de muy buen grado Mr. Holsth, contestó: “yes, yes”, regresando con él a Santo Domingo y saqueando la tienda de raya, y con el dinero y la mercancía emprendieron la marcha de nuevo a San Diego de Alcalá. La traición estaba cobrada.




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